CURIOSIDADES
DEL OÍDO
Cuando mascamos un trozo de
pan seco (o duro), oímos un ruido ensordecedor, mientras que si alguien hace lo
mismo junto a nosotros apenas si lo notamos. ¿Cómo se las arregla para evitar
el estrépito?
Muy fácilmente. Todo
consiste en que este estrepitoso ruido sólo existe para nuestros oídos y no
molesta a los de nuestros vecinos. Ocurre esto, porque los huesos del cráneo,
como todos los cuerpos sólidos y elásticos en general, conducen muy bien el sonido,
y hay veces en que éste, al pasar por un medio denso, se amplifica
extraordinariamente. Cuando el chasquido del pan seco llega a nuestro oído por
el aire, lo percibimos como un pequeño ruido; pero este mismo chasquido se
convierte en estrépito si llega a nuestro nervio acústico a través de los duros
huesos del cráneo.
Y he aquí otro experimento
de este mismo campo: sujete entre sus dientes un reloj y tápese bien los oídos
con los dedos. Escuchará unos fuertes golpes; son el tic-tac ampliado del reloj.
Dicen que Beethoven, después
de quedarse sordo, oía el piano apoyando en él uno de los extremos de su
bastón, mientras sujetaba el otro extremo entre los dientes. De la misma
manera, aquellos sordos que conservan su oído interno pueden bailar al compás
de la música, porque el sonido llega hasta sus nervios acústicos a través del
suelo y de sus propios huesos.
LAS
MARAVILLAS DE LA VENTRILOQUIA
Una cosa tan asombrosa como
las «maravillas» que realizan los ventrílocuos, se basa en la peculiaridad del
oído de que hablamos anteriormente.
«Si alguien anda por el
caballete del tejado - escribe el profesor Gampson - su voz, dentro de la casa,
da la impresión de ser un leve murmullo. A medida que se va alejando hacia el
extremo del edificio, este murmullo se va debilitando más. Si estamos sentados
en una habitación de la casa, nuestro oído no puede decirnos nada sobre la
dirección del sonido ni de la distancia que nos separa de la persona que habla.
Pero nuestra conciencia deduce, que si la voz varía, es porque se aleja de
nosotros. Si esta misma voz nos dice, que el que habla se pasea por el tejado,
la creemos fácilmente. Si, por fin, otra persona cualquiera comienza a hablar
con la anterior (que suponemos fuera) y recibe de ella respuestas comprensibles,
la ilusión resulta perfecta.
Estas son las condiciones en
que actúan los ventrílocuos. Cuando le llega la hora de hablar al que está en
el tejado, el ventrílocuo apenas si susurra las palabras; pero cuando le toca a
él mismo, habla con voz plena y clara, para remarcar de esta forma el contraste
con la otra voz. El contenido de sus advertencias y de las respuestas de su
supuesto interlocutor acrecientan la ilusión. El único punto flaco que puede
tener este engaño es, que la voz del sujeto imaginario (que se encuentra
fuera), en realidad es emitida por el que está en la escena, es decir, que su
dirección es falsa.» «Conviene también señalar, que la denominación de
ventrílocuo no es correcta. El ventrílocuo tiene que ocultar de sus oyentes el
hecho de que, cuando el turno de hablar le corresponde al interlocutor
imaginario, el que lo hace en realidad es él mismo. Para conseguirlo se vale de
una serie de artificios. Procura distraer la atención del público haciendo toda
clase de gestos. Inclinándose hacia un lado y poniéndose la mano en la oreja,
como para oír mejor, hace lo posible por ocultar sus labios. Si le es imposible
ocultar el rostro, procura mover los labios lo menos posible. Esto es fácil de
conseguir, puesto que la mayoría de las veces solamente necesita emitir un
débil y casi imperceptible murmullo. El movimiento de los labios puede
disimularse muy bien, por lo que ciertas personas creen, que la voz del artista
sale de las entrarías de su cuerpo. A esto, precisamente, se debe el nombre de
ventrílocuo (es decir, «que habla con el vientre»).
Como vemos, las supuestas
maravillas de la ventriloquia se basan totalmente en el hecho de que nosotros
no podemos determinar exactamente ni la dirección del sonido, ni la distancia
que nos separa del cuerpo que lo emite. En condiciones normales conseguimos
hacerlo aproximadamente; pero en cuanto se nos coloca en circunstancias en las
cuales la percepción del sonido es algo anormal, al querer determinar su
origen, cometemos grandes errores. Yo, por ejemplo, en una ocasión, a pesar de
que estaba mirando al ventrílocuo y de que comprendía perfectamente sus
secretos, no pude vencer la ilusión acústica.